Sin colmillos y bañado en glitter: ¿qué le ofrece a las niñas el feminismo de hoy? 

Las niñas merecen más de lo que el feminismo popular les ofrece.

Fui una niña criada por feministas. Hacia 1980, mi madre era una activista radical y crecí en medio de todo eso -asistía a manifestaciones, pintaba lienzos, revolotea al rededor de las fogatas en el campamento de paz de mujeres en Greenham Common, y mostré técnicas para liberarse de un atacante que intente estrangularte, en las clases de defensa personal exclusivas para mujeres que sin reservas daban mi madre y su amiga Gill. 

Sus políticas influyeron fuertemente mi educación. Para mi madre y sus amigas, ser feminista no era una identidad, una etiqueta, un concepto abstracto -era trabajo, un verbo, palabras en acción. Era un intento activo de mejorar las vidas de niñas y mujeres; de liberarlas de la opresión masculina que las mantiene como ciudadanas de segunda clase y  que evita desarrollen su máximo potencial.

De las amigas de mi madre, Gill fue la que tuvo mayor impacto en mi. Una mujer carismática, que fumaba mucho, y que jamás se iba por las ramas; Gill me enseñó sobre el lenguaje: “La palabra histérica viene del griego hister, que significa útero. ¿Has oído que le hayan dicho histérico a un hombre?”. Ella se rehusaba a quitarle la gravedad al asunto y describía la violencia masculina tal cuál era.  Una vez, cuando describí a quién cometió abuso doméstico en un libro que leí, llamé “monstruo” al perpetrador. Ella me paró en seco: “No un monstruo, Jeni, solo un hombre”. Y cuándo le conté mi propia experiencia de ser lastimada por el hombre en quién se suponía era en el que más podía confiar en este mundo, ella me ayudó, me dejó hablar por horas y me dejó sentir rabia sin juzgarme. La admiraba inmensamente.

Pienso ahora en cómo fue mi experiencia de niña a mujer y en lo que me ofreció la enseñanza radical de Gill. Inspiración, ciertamente, también apoyo, seguridad, una sed de cambio, y aún más importante, un filtro gracias al cual no interioricé el odio que el patriarcado dirigía en mi contra. Me permitió entender el sexo como un sistema de clases, los hombres en la cima acumulado todo el poder. Me dio noción de lo poderosa que es la colectividad de las mujeres, de nuestra habilidad de ser más grandes juntas que la suma de nuestras partes individuales, me enseñó a luchar unas por otras y reclamar como grupo los derechos que se nos deben a todas. Estoy tan agradecida de que aún siendo una mujer que creció rodeada del desprecio de los hombres, tuve al menos esto: un movimiento de mi lado que daba cuenta de la supremacía masculina y hacía notar las maneras en que es reforzada, que apoyaba mi enojo y derecho de luchar contra ella.

Hoy en día soy una mujer que tiene una hija -una niña hambrienta de conocimiento, muy inteligente y en la cúspide de la pubertad. Realmente deseo pasarle el regalo del feminismo que me fue dado a mi -un regalo de inspiración, poder, y el conocimiento de un movimiento que está de su lado.

Las niñas de hoy aún siguen creciendo rodeadas del desprecio masculino. La pornificación de la cultura popular, de la música y los vídeos, y el escrutinio constante de los medios sociales, han intensificado su cosificación sexual. La discusión acerca de si tienen derecho a abortar continúa. Se ha hecho recorte tras recorte a los servicios contra la violencia sexual y doméstica. Y el costo astronómico de salas cunas y jardines infantiles ha inhibido su habilidad para trabajar fuera del hogar, al tiempo en que no se le da ningún valor al cuidado y trabajo  realizados dentro de él. ¿Qué le ofrece el feminismo liberal de la tercera ola a mi hija y todas las niñas que están creciendo en esta precaria situación?

Un movimiento divertido, para sentirse mejor con una misma, al que todos pueden unirse sin importar sus vínculos políticos, la tercera ola ha hecho que el feminismo sea una moda. Esto, alguien podría argumentar, es algo bueno. Pero, arrancado de sus colmillos y en sus incomparables esfuerzos de volverse más agradable a las masas, los valores fundamentales del feminismo que busca liberar a las mujeres como clase han sido apartados, en favor de los valores más individualistas y neoliberales del avance propio y la elección personal, se ha encofado en el empoderamiento personal en detrimento de la lucha colectiva, y en la opresión individual percibida en oposición a la inequidad sistemática, estructural. Como dice la filósofa feminista Nancy Fraser, aguda crítica del feminismo liberal, que ella ve como el abandono de los asuntos de justicia social en favor del capitalismo sin restricciones, “casi todos dicen ser feministas hoy en día, ¿pero qué significa?”.

En el año 2004, Andrea Dworkin, feminista radical e incansable activista contra la violencia masculina, declaró “si nos rendimos ahora, a las nuevas generaciones de mujeres se les dirá que el porno es bueno para ellas y lo creerán”. Al año 2017, muchas efectivamente lo creen. El feminismo actual les dice a nuestras hijas que su cosificación es sexy, y que la explotación comercial, de género, de sus cuerpos, puede ser una carrera válida y empoderante. Da igual que el comercio sexual vuelva a las mujeres tremendamente vulnerables a ser violadas, atacadas y sufrir estrés post traumático. Da igual que en la apabullante mayoría de los casos se trata de hombres usando su poder económico para explotar a mujeres y niñas. Y que da igual la falta de un análisis contextual acerca de esta idea de “elegir”. De acuerdo al feminismo popular actual, las elecciones se toman en el vacío y cualquier acto que una mujer ejecute es feminista en tanto ella lo “haga suyo”. Nunca antes vimos a tantos hombres declarando ser feministas. Si los hombres aman el feminismo de la tercera ola –y muchos lo hacen– es porque saben bien que no busca derrocarlos.

Si el patriarcado daña a los hombres en igual medida que a la mujeres, ¿quién se beneficia de él, entonces?, ¿para qué existe?, ¿y por qué los hombres que gobiernan el mundo no se han desecho de él? La feminista contemporánea Claire Heuchan, escribe:

“Bajo el patriarcado, el sexo macho es el opresor y el sexo hembra el oprimido -dicha opresión tiene una base material, depende de la explotación de la biología de la hembra. Es imposible articular cómo son oprimidas las mujeres sin considerar el rol que juega la biología y el género como jerarquía -robadas del lenguaje para expresar nuestra opresion, lenguaje que las políticas queer estiman intolerante o violento, es imposible para las mujeres resistir esta opresión.”

En 1999, en su libro La Mujer Completa, Germaine Greer escribió: “las mujeres reales están siendo borradas; el primer paso, persuadirlas de negar su propia existencia, está casi completo”. No hay que estar de acuerdo con todos los planteamientos de Greer en orden a ver la terrorífica relevancia de su predicción. El feminismo de hoy parece empeñado en convencer a nuestras hijas de que deben centrar a los hombres en su activismo político, que el patriarcado los daña en igual medida, y que si un hombre elige identificarse como mujer, deben avocar sus energías en luchar por él, no por ellas mismas. Les dice que la violación y el abuso sexual no son crímenes que tengan género, y que ya no deben reunirse para hablar de las injusticias que las afectan a ellas exclusivamente, porque decir lo contrario lástima a algunos y reunirse entre ellas es excluyente. Es un feminismo que les dice que no tienen​ derecho a reunirse políticamente de acuerdo a su sexo; que el feminismo ya no es por y para las mujeres, que le pertenece a todos, y que lo que alguna vez fueron asuntos relativos a los derechos de las mujeres, son ahora sobre derechos humanos. Es un feminismo que se destruye a sí mismo.

Me duele el corazón pensar en todas las hijas de hoy. Ellas se merecen algo mejor. Ellas, al menos, merecen lo que yo tuve: un movimiento que esté de su lado, que las ponga al frente y al centro, que luche por sus derechos. Ahí afuera, aún hay muchas feministas haciendo un buen trabajo, pero no son del tipo popular o divertido, hacen su labor en un ambiente hostil. Debemos unir nuestras voces a las de ellas, para volvernos más grandes que la suma de nuestras partes.

Hace una década, Gill falleció, dejando atrás hijas, nietas y nietos, y una pareja de muchos años. Llevé a mi hija a su funeral, en ese entonces era una bebé. El lugar estaba a tope de mujeres a quienes Gill había amado e inspirado, las que la amaron e inspiraron de vuelta. Con frecuencia me pregunto qué hubiera pensado ella del feminismo popular actual. Imagino que no cortaría sus palabras. Creo que diría: “Lucha con toda tu fuerza”. Diría que el feminismo le pertenece a mujeres y niñas, que existe para liberarlas, y que debemos devolverles lo que han perdido.
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POR JENI HARVEY

Jeni Harvey es una feminista y personal trainer, vive en Gales. Le gusta leer, escribir y levantar pesas. Puedes ponerte en contacto con ella aquí

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